miércoles, 22 de julio de 2015

Parece que va a llover

Continuación de ¿Quién tiene miedo?

Parece que va a llover, dijo Kwesi antes de que efectivamente una gota mojara la nariz de Julia. Hacía mucho tiempo, antes de que Julia se hubiera visto en un espejo por primera vez, a la edad de 3 o 4 años, que ella ya sabía que su nariz tenía que ser grande: era la primera parte de su cuerpo con la que cualquier cosa se tropezaba. De mayor supo que la culpa la tenía una ley que había dictado un tal Newton, pues según ella “cuanta más masa posean los objetos, mayor será la fuerza de atracción”. Siendo todavía pequeña, se obsesionó con reducir su nariz a un tamaño normal y probó a frotarse el tabique nasal con una goma de borrar sin éxito. De tener que poseer algo de proporciones mayúsculas, habría preferido que en vez de la nariz, hubieran sido sus ojos los que fueran grandes, y en cambio eran como dos aceitunas, no sólo por el color sino también por el tamaño. De hecho, se parecían tanto a dos olivas que se preguntaba si sus ojos no tendrían en el centro un hueso o estarían rellenos de anchoa.

Baobab de Biakpa
Kwesi la cogió de la mano y agilizó el paso hasta la casita que tenía al lado del baobab más grande del pueblo. Hacía sólo un mes que Julia había llegado a Biakpa pero se había acostumbrado a estas tormentas precedidas de un aire que casi siempre movía alguna vivienda de sitio. Era increíble ver como las chozas de barro se levantaban un poquito del suelo y se posaban a algunos centímetros al norte, al sur, al este o al oeste, según la dirección del viento. Por eso era tan importante saber donde estaba el baobab más grande del pueblo, parecía la única referencia estable en Biakpa y los afortunados que durante un tiempo, al menos, vivían a la sombra del majestuoso árbol gozaban de una vida social intensa, pues allí era también donde se habían instalado bancos de madera siempre ocupados por los vecinos que cotilleaban, cantaban y tocaban el tambor, jugaban al oware o se contaban historias. Pero ese día llovía y a parte de algunas cabras y gallinas que merodeaban la zona, los alrededores de la casa estaban desérticos. Mejor, lo que Kwesi  tenía que contarle debía seguir siendo secreto. 

Por fin Julia empezaba a entender por qué alguien la había invitado a ir A África, a Ghana para ser exactos. Hasta entonces, había buscado al tal Mauricio en vano, porque por supuesto la calle del Boticario, número 25, a donde debía dirigirse según la dirección apuntada en el paquete que le había llegado a Terrassa hacía apenas cuatro semanas y media, no existía en un pueblo donde las casas vuelan y aterrizan donde quieren, cuando con suerte, no se chocan. Pero Biakpa no siempre había sido víctima de vendavales sin ningún respeto por los asentamientos humanos y Kwesi estaba a punto de revelárselo.

Ejercicio de escritura: Parece que va a llover